Cuando un fotógrafo elige un lente, no solo está decidiendo cuánto espacio entrará en el encuadre. Está seleccionando un carácter visual: una forma de narrar que define la relación entre el sujeto, el entorno y el espectador. La distancia focal determina la perspectiva, la compresión de planos y la profundidad de campo, convirtiéndose en una herramienta expresiva tan poderosa como la luz o la composición.
Un 24mm no es “solo un lente angular”: es una invitación a meterse dentro de la escena, a expandir horizontes y acentuar distancias. Un 200mm, en cambio, aprieta los planos, aplana montañas lejanas contra el cielo y convierte un gesto íntimo en protagonista absoluto. La elección del lente es, en esencia, una decisión narrativa.
Familias de lentes y sus relatos
El lente angular (14–35mm) amplía espacios y aporta dramatismo. Es la elección natural para paisajes expansivos, arquitectura que quiere mostrar escala o interiores donde el espacio es limitado. Bien usado, genera profundidad y atmósfera; mal usado, deforma rostros y hace que una persona se vea irreconocible en un retrato cercano.
El lente normal (50–85mm) ofrece un ángulo de visión cercano al humano. Es discreto en la calle, versátil en retratos y perfecto para quienes buscan naturalidad sin artificios. Con él, el espectador siente que “está ahí”, compartiendo la escena.
El teleobjetivo (85–200mm) estiliza y aísla. Su compresión favorece a los retratos, suaviza facciones y crea fondos sedosos. También revela detalles de paisaje que pasarían desapercibidos a simple vista. Con él, la narrativa se vuelve íntima y selectiva.
El macro (60–100mm) abre un universo paralelo. Insectos, texturas y gotas de agua se convierten en escenarios monumentales. Su profundidad de campo mínima exige precisión y paciencia, pero recompensa con imágenes que revelan lo invisible.
Configuraciones útiles para empezar
Cada lente sugiere un modo de uso que lo potencia. Con un 24mm en paisaje, cerrar el diafragma a f/8–f/11 y trabajar con hiperfocal asegura nitidez desde el primer plano hasta el horizonte. Con un 50mm en calle, un rango f/2.8–f/5.6 y un ISO 400–800 permiten reaccionar rápido sin perder naturalidad.
El 85mm en retrato brilla con aperturas amplias (f/1.8–f/2.8), donde el foco al ojo crea imágenes llenas de vida y con fondos suaves. En macro, un 100mm a f/5.6–f/8 equilibra detalle y profundidad, dejando que el sujeto se destaque con nitidez crítica.
Errores que limitan la narrativa
El error más común es usar gran angular para retratos cercanos: las distorsiones ensanchan la nariz y deforman proporciones. Otro es querer abarcar un paisaje con teleobjetivo: el resultado pierde amplitud y se vuelve plano.
También suele ignorarse la distancia mínima de enfoque, clave en macros y teles. O se cae en el hábito de cambiar de lente sin dominar uno solo, lo que impide conocer de verdad su carácter. La solución: practicar con una sola óptica durante una semana entera y aprender qué historias sabe contar mejor.
La focal como decisión narrativa
Cada distancia focal reescribe la escena. Un 24mm empuja al espectador dentro de un mercado, un bosque o una plaza, obligándolo a recorrer el espacio. Un 200mm comprime montañas y las hace parecer murallas, o encierra un gesto de cariño entre dos personas aislándolo del mundo.
El lente no solo encuadra: transforma la historia. Por eso, más allá de los kits ideales —como un 24–70mm f/2.8 versátil o un 85mm f/1.8 para retratos—, lo importante es preguntarse: ¿qué quiero que el espectador sienta al ver esta foto? La respuesta está en la elección de la focal.
Conclusión
La magia de la fotografía no está en tener todos los lentes posibles, sino en comprender el carácter de cada uno y usarlos con intención. La focal que eliges define la narrativa: expansión, intimidad, compresión o detalle extremo.
En Enfogram creemos que la elección de lente es una de las decisiones más formativas para cualquier fotógrafo. Por eso nuestras tarjetas educativas no solo te enseñan configuraciones, sino a entender cómo cada óptica cambia tu historia.
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